Hace poco me tocó pasar por ese trance del que llega al aeropuerto, se sienta en las mesitas a esperar y en 2 segunditos -porque el tiempo pasa volando- es hora de atravesar esa puertica negra por donde se va la gente que queremos. Odié con toda mi alma esa procesión de esperar que vayan pasando uno a uno por el escáner (y se lo dije a Daniel así, literal). Odié tener que separarme de alguien que amo. No vi cuando pasó por la puerta. Odié ese piso de colores, lo quise romper con los pies. Odié no tener una maleta y un pasaje Odié que me vieran llorando y que la despedida fuera tan breve -porque nunca es suficiente tiempo-. Odié la situación que nos obliga a pasar por esto y odié admitir que estará mejor afuera. Que si amas a alguien quieres verlo feliz, realizado y sobre todo, seguro. Quiero irme a esa puertica negra y desbaratarla a patadas, o sellarla con pega loca, chicles, curitas, lo que sea necesario para que no se me siga yendo nadie. Porque sí, me permito ser egoísta 5 minutos y protestar, porque me están dejando solita con las estrellas.